viernes, 29 de abril de 2011

El día del secuestro del avión

00.30 horas

Estoy escribiendo desde una suite de hotel de lujo a cientos de kilómetros de mi casa. Me he dado un relajante baño de burbujas mientras bebía una copa de champán, como en Pretty Woman, que directamente me ha enviado el servicio de habitaciones del hotel, junto con una deliciosa cena a base de marisco y foie-gras. Mmmm… ¡Y pensar que hace solo unas horas andaba entregada a la exigente tarea de secuestrar un avión! Recapitulemos…

Cinco horas antes

Lo peor de las vacaciones es, precisamente, que acaban en algún punto, y da igual la resistencia que uno ponga a esta realidad. Es impepinable. Otro año más, ahí estaba yo, en el aeropuerto de Kastrup, despidiéndome de mi padre con una mezcla de palabras hispano-danesas. El hombre, como siempre, me había comprado varios bollos de pan de zanahoria, mis favoritos, para amenizar el viaje. Odio las despedidas. Aunque sin ellas, los reencuentros no son posibles, y esos sí que me gustan… En fin, un mal necesario. La figura de mi padre funde sus contornos con los de decenas de personas mientras yo ato los cordones de mis botas estoicamente tras pasar el control de pasajeros. Vi ses. Hasta pronto.

Cuatro horas antes

Asiento 7A. Perfecto, cercano a la puerta. En ese momento pensé: “Qué bien, saldré de las primeras”. Ja. El despegue desde Copenhague resulta siempre estupendo, a los dos minutos se pueden ver a la perfección los contornos del país recortados por el mar, que se riza en borreguitos de espuma por la acción de los molinos eólicos. Detrás, en el 10C, un hombre clavadito a Michael Keaton hojea un libro con tapas forradas en papel de periódico. ¿Qué tipo de libro tendrá entre manos como para avergonzarse de él? Mmmm… A la media hora de vuelo devoro mi primer bollo de pan de zanahoria.

Tres horas antes

Se abre el micro de megafonía. “Al habla el comandante, tengo una mala noticia que darles. Por problemas comerciales de la compañía, este avión no podrá aterrizar en destino, el trayecto se reconduce hasta el aeropuerto de Mallorca”. ¿¿¿Cómo??? En ese momento pensé que nos había tocado un piloto chistoso frente al aparato, aunque no tenía mucho chiste, la verdad… Cuando confirmó estas palabras a los cinco minutos, empecé a ser consciente de que realmente íbamos a aterrizar, sin ninguna explicación, en Mallorca, rodeados de agua y a cientos de kilómetros de casa. ¿¿¿Cómo??? El murmullo empezó a crecer en ola por toda la cabina, hasta que Michael Keaton lo rompió poniéndose en pie y dirigiéndose a todos los pasajeros: “¡No abandonaremos el avión hasta que alguien nos dé una explicación para esto y nos lleven de vuelta a nuestras casas!”.  “¡Eso es un motín!”, chilló una azafata rubia –sin comentarios- e histérica. “¡Pues que así sea!”, contestó Michael Keaton. Yo le miraba embelesada y por fin reaccioné. Tenía razón. No nos podíamos mover del avión. Desde ese momento, ¡quedaba secuestrado por el pasaje!

Efectivamente, aterrizamos en Mallorca. Y efectivamente, los doscientos pasajeros secundaron a Michael Keaton y no hicieron amago de moverse de su asiento. El comandante y las azafatas instaron a que saliéramos de allí, asegurando que ya nos informarían en la terminal. Pero se ve que Michael Keaton ya estaba muy curtido en engaños aéreos, y vio claro el pastel. “Nadie bajará de este avión hasta que no venga un responsable de la compañía a darnos las soluciones pertinentes”. Qué bien hablaba, qué firmeza y qué seguridad… Era como Batman… Empecé a sentir una fuente de energía brotando de mi pecho, primera confirmación de que terminaría haciendo de Robin esa noche…

Llamé inmediatamente a mi amiga Lelaina, que debería de estar esperándome ya en el aeropuerto en el que debíamos haber aterrizado, para contarle lo sucedido. Ella se indignó muchísimo, y entonces me hizo la pregunta que me dio la clave: “¿Has pensado llamar a alguien de prensa?”. Lelaina es publicista y estaba acostumbrada a contemplar la realidad en clave de imágenes, eslóganes y titulares. Bingo.

Le di las gracias por la idea y contemplé el escenario que tenía ante mí: la tripulación pedía a los pasajeros, cada vez con menos modales, que bajasen del avión; los pasajeros bramaban a la tripulación que no se moverían de allí sin un nuevo plan de viaje; los muchos niños que formaban parte del pasaje alborotaban alrededor para que alguien les diera algo de comer… Entonces, el comandante, estirado como un poste telefónico, hizo valer su posición gritando entre el gentío: “Están desobedeciendo a la máxima autoridad de esta aeronave, la Guardia Civil se encuentra ya en camino para efectuar su desalojo y detención”. Glups. Parecía que la imagen hubiera quedado congelada. Un niño empezó a llorar, y los viajeros se miraban unos a otros con la sombra de la resignación en los ojos. Batalla perdida.

Y así hubiera sido, si no hubiera notado mi corazón acelerándose, y esa energía caliente que se impulsaba fuera de mi pecho, las orejas incandescentes, y me vi levantándome de mi asiento por primera vez, como un resorte y dirigiéndome al comandante con el suficiente volumen como para que me escuchase todo el avión. “Han tenido ustedes la mala suerte de llevar a una periodista de El País a bordo del avión. Acabo de hablar con el periódico y nos están guardando un hueco en la portada. No creo que a su compañía le haga mucha gracia, comuníqueselo, en todo caso”.

¡Madre mía, de verdad que me salió así! El resultado fue inmejorable y quedó reflejado en los cambios cromáticos que sufrió la cara del comandante. Su piel pasó del sonrosado al lívido, y de ahí, al verde. Me había llevado el gato al agua. Michael Keaton me sonrió y soltó un grito de satisfacción, todavía quedaba batalla por delante…

A partir de ese momento, ya las azafatas no se negaron a repartir agua entre los pasajeros, qué cosas tiene la prensa… Me sentí poderosa, y de cuando en cuando, iba llamando a Lelaina para fingir que hablaba con el periódico, y en cuanto el comandante me miraba, me aseguraba de que me escuchase alto y claro las últimas novedades: “Sí, la agencia EFE ya ha lanzado la noticia en la red nacional… Éste es mi teléfono, atiendo sin problemas a Radio Nacional, que esto va a para rato… ¿Ya lo ha dado la cadena SER? ¡Qué rapidez!...” Así me mantuve en una improvisación digna de Oscar.

Minutos más tarde, apareció en el avión un hombre de aspecto desagradable. Bajito y de complexión ancha; pelo lacio y negro bajo el que asomaba, brillante, una incipiente calva, traje barato oscuro y corbata azul a juego con el color corporativo de la compañía aérea. A mí me pilló colgada al teléfono con Lelaina. “Buenas noches, sentimos las molestias que les estamos causando, pero quiero que entiendan que la tripulación está cansada y no pueden abandonar el avión mientras ustedes lo tengan retenido. Si hacen el favor de bajar a la terminal, les informaremos sobre las opciones que hay”, concluyó. Michael Keaton no se dejó amedrentar por el Hombre de la Compañía Aérea: “¿Por qué no nos ofrece esas opciones aquí mismo, si tanta prisa tienen porque nos vayamos?”. La multitud bramó en apoyo a las palabras de Batman.

Y le volvió a tocar el turno a Robin, es decir, ¡a mí! “Estoy hablando en este mismo momento con el director adjunto de El País, me está preguntando su nombre, para citarle en la información que vamos a publicar mañana en portada. Por cierto, creo que la actuación de su compañía va a quedar en una situación algo… comprometida, digamos”. Hasta ahí perfecto, el Hombre de la Compañía Aérea me miró lívido, parecía que estaba colando, pero luego, me vi dominada por ese poder malévolo y tuve que añadir, alargándole el teléfono: “¿Quiere ponerse y se lo dice usted mismo?”. Mierda.

Me tiré el mayor farol de mi vida, y el Hombre de la Compañía Aérea debió de oler esa última duda en mi cara. El corazón se me salía del pecho, intenté contener la gota de sudor que me caía de la frente –bendito flequillo-; el hombre estaba librando una batalla contra su orgullo, y parecía que la iba ganando el orgullo, porque percibí cómo el peso de su cuerpo oscilaba hacia delante, y cómo su brazo se elevaba en dirección del teléfono… Pero entonces dudó, retrocedió y me dijo: “Quiero mantener una conversación en privado con usted, si no le importa”.

Colgué el teléfono a Lelaina y seguí al Hombre de la Compañía Aérea escaleras abajo, y allí, a pie de avión, tuvo lugar la negociación más fácil de la historia. Me preguntó qué queríamos, y se lo dije.

Una hora antes

En quince minutos estaba arriba de nuevo, y en otros quince más, el hombre de traje volvió a subir para realizar una última comunicación por la megafonía del avión: seríamos trasladados de inmediato en autobuses al centro de la ciudad para pasar la noche en un hotel de lujo superior, donde podríamos cenar y descansar, y volaríamos de vuelta a nuestras casas a primera hora de la mañana siguiente. Todo el avión rompió en aplausos y gestos de sorpresa, y Michael Keaton decretó a gritos el fin del secuestro del avión. Entre tanta celebración, se cayó al pasillo el misterioso libro que leía y pude acercarme a mirar el título impreso en la parte superior de las páginas… ¡Mujercitas! Qué decepción…

Ah, y por supuesto que no se publicó nada en la prensa, tal y como me comprometí con el Hombre de la Compañía Aérea. Que una tiene palabra…

3 comentarios:

  1. jajajajajaja Cloe Andersen for president!!!!

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  2. muy divertido, muy ágil... pero no me creería que una periodista renunciara a un notición así! bravo por Robin!
    por cierto...¿¿¿¿Mujercitas????

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  3. Muy divertido y me recuerda, segun he leido en la prensa -- a un " motin " acaecido hace poco en un avión que despegaba de Paris con destino a un aeropuerto de una capital manchega. Creo que la periodista no se privó de dar la noticia a los medios... eso si, no ofrecieron pasar la noche en un hotel de lujo... quien sabe que hubiera ocurrido...

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