miércoles, 27 de abril de 2011

El día de la Sirenita

Todos los años suelo aprovechar las vacaciones de Semana Santa para ir a Dinamarca a visitar a mi padre. Vive en la periferia de Copenhague, en unas casas construidas en cooperativa, con un gran jardín común donde incluyeron una piscina de agua helada. Es una casa muy al estilo escandinavo, con grandes ventanas, madera blanca y parqué claro en el suelo. Me encanta estar en la cocina, enorme, con muebles de Ikea y encimera de haya, sobre la que preparo el desayuno mientras mi padre hace gala de su sangre vikinga cada mañana, sumergiéndose en el agua helada de la alberca nada más levantarse de la cama. Brrrr.

Me sigue haciendo gracia mirarle a través del cristal mientras voy tostando los panecillos y cortando el queso, cómo se tira al agua sin reconsiderarlo siquiera, y cómo empieza a nadar con la piel enrojecida del cambio de temperatura. Nunca falla que se me termine poniendo la carne de gallina en los brazos, y que un escalofrío recorra mi columna hasta el cuello. Brrr. Cuando el café está listo y la mesa puesta, mi padre vuelve a la casa, se seca y se viste, y entonces compartimos un momento genial de desayuno. Normalmente, con la misma conversación. Empezamos en silencio, con las enormes tazas de café calentándonos las manos, y en algún punto, mi padre abre la boca y dice: “¿Por qué no vuelves?”.

Por qué no vuelvo. Él me argumenta, como todos los años, que enseguida podría refrescar el idioma, y que aquí podría vivir mucho mejor. Que podría aprender a tolerar el agua helada nada más levantarme. Yo le miro, guardo unos segundos de silencio, pensativa, le doy la razón y después introduzco una frase que empieza por “pero”: “Prefiero estar en un país de gente con cara de gente”. Le sonrío y él se ríe, nunca hastiado de haber escuchado esta argumentación decenas de veces. Luego siempre me suelta: “¿Qué quieres hacer hoy?”. Excepto el primer día que llego. Sabe que ese día es sagrado, mi día de peregrinación a la Sirenita. Una vez al año. No sé, hay gente que todos los años sale a las procesiones a ver a sus vírgenes o cristos. Se reencuentran con ellos y comparten un momento espiritual. Yo lo hago con la Sirenita.

Me enamoré de ella desde la primera vez que recuerdo haberla visto, siendo muy pequeña, cuando aún vivía en Dinamarca. Lille havfrue. Así la llaman los daneses. Mi madre me había contado el cuento muchas veces, y me impactó verla ahí, ver que era real, y que seguía contemplando el agua del mar por última vez con la tristeza de haber perdido a su amado príncipe para siempre. Me tranquilizaba que el cuento hubiese quedado congelado en ese punto, evitando el final de la apasionada sirena a cambio de ser condenada al desamor eterno.

Ya cuando crecí un poco, me gustaba subirme a las rocas, acercarme a ella y acariciarle la cola de pez, como reconfortándola en su pena. Qué frágil parece, pero a la vez, ahí está, mirando a los barcos, esperando el milagro. Tiene alma bajo el bronce. Por eso me irrita mucho el espectáculo habitual de los turistas que llegan y exclaman, en distintos idiomas: “¡Qué pequeña es!”, como con desprecio. Siempre me entran verdaderos instintos asesinos, que luego calmo con la condescendencia de entender que algunas personas no pueden ver más allá y que se lo están perdiendo todo.

Todos los años, en el primer día de mis vacaciones de Semana Santa, tras desayunar con mi padre, me acerco al puerto de Copenhague para saludarla. Me siento en un banco que está justo frente a su roca, y me quedo allí un buen rato, acompañándola. Los turistas van apareciendo en ráfagas, cosas de la física, de manera que siempre consigo un tiempo de estar a solas con ella. Yo un año mayor cada vez, y ella, siempre adolescente. Qué curioso.Y ahí estábamos otro año más.

-¡Hola! Ya te estaba esperando…
-Bueno, es que este año la Semana Santa ha caído muy tarde, fíjate que ya estamos a finales de abril…
-¿Sí? No lo había notado…
-No me extraña, ahora debe de ser complicadísimo para ti conocer las fechas, con el tiempo tan raro que sufrimos en todo el mundo… Hace demasiado calor para Copenhague ¿verdad?
-Sí, estos días está calentando mucho el sol, es una maravilla. Me entretengo mucho jugando con los reflejos en el agua. Parecen pequeñas joyas que voy coleccionando, y cada una tiene una forma distinta. Mira esa de ahí, parece una mariposa, ¿a que sí?
-Ah, pues es verdad. ¡Y la que está al lado tiene forma de beso!
-¡O de fresa!

La Sirenita es, sencillamente, encantadora.

-¿Qué tal has llevado este año?-le pregunto.
-Bien, mejor. Este año nadie ha intentado arrancarme la cabeza, qué alivio. Una noche pasó un chico borracho, hizo el amago de subirse a mi roca, de abalanzarse sobre mí, pero se resbaló y cayó al agua. Y claro, ¡ya no lo volvió a intentar!
-Me alegro mucho, de verdad. Qué paciencia tienes con la gente.
-No me queda otro remedio.
-Ya. ¿Y qué tal la vuelta de la Expo de Shanghai?
-Muy bien, tenía muchas ganas de volver ya. Me agobiaron mucho los chinos, se me acercaban en masa, no paraban de fotografiarme, cientos de flashes a la vez… Me mareo enseguida con los flashes. Debe de ser que soy fotosensible.
-Sí, es lógico, estás acostumbrada a los cielos encapotados.
-Claro, eso mismo pienso yo. Aunque el sol sí que me gusta. ¿Y tú qué tal has pasado el año?
-Buf… Han sido unos meses muy movidos, sigo dando tumbos, pero bueno. Me contrataron para hacer un nuevo libro de cocina, estoy trabajando en eso, aunque va algo lento. Y he tomado la determinación de disfrutar al máximo de cada día, como si fuera un reto, y lograr que me ocurran cosas maravillosas. Y que dependan de mí, claro. Eso es lo más importante.
-Ah… ¿Y estás enamorada?
-Pues… No. Aunque hace unos días me pasó algo muy especial con un chico. Se llama Asier. Y trabaja en la Casa del Terror.
-¿La Casa del Terror?
-Sí, bueno… No importa. No sé si le volveré a ver más, él ahora está muy triste, necesita tiempo.
-¿Es guapo?
-No pude verle bien, estaba disfrazado… Pero tiene unos ojos preciosos, color tierra, con gruesas y largas pestañas.
-¡Como mi príncipe!
-¿En serio?
-¡Sí!
-¡Qué casualidad!
-Por cierto, ha llegado algo para ti esta mañana… Está en el agua, al pie de mi roca. ¿Lo ves?

Eché un vistazo hacia donde la Sirenita me indicaba, y de pronto, la vi. Una pequeña botella de cristal transparente se mecía en el agua. Me acerqué, y con cuidado, fui apoyándome en las piedras hasta alcanzar la botella. Tenía un mensaje dentro.

-¿Lo cojo?
-Claro, es para ti.

Estirando el dedo índice, apresé el papel enrollado hasta sacarlo de la botella. La tinta estaba un poco emborronada, el papel casi desecho y lleno de polvo de sal. Sólo había una palabra escrita, como una orden: CREE.

-¿Quién me lo ha enviado?
-Eso ya no lo sé, lo siento.

Me di cuenta de que había llegado el momento de despedirme de la Sirenita, al menos hasta la próxima vez.

-Tengo que irme ya, voy a comer con mi padre. Me ha gustado mucho verte. Sigues tan preciosa como siempre.
-Muchas gracias –casi pude ver cómo se sonrojaba la sirena-. Te deseo mucha suerte con tu libro, seguro que quedará muy bien. Sólo que… ¿Podrías hacerme un favor?
-Claro…
-¡No incluyas ninguna receta de pescado!
-¡Eso está hecho!

Sonreí a mi amiga y emprendí el camino de regreso a casa, con la botella entre mis manos y el mensaje en su interior, tal y como me la había encontrado. ¿Quién me la habría enviado? ¿Desde dónde? Qué misterio… Mis pensamientos comenzaron a ralentizarse al pasar por una de mis cafeterías favoritas, Sigfred Kaffé, donde me compré un delicioso chocolate caliente para llevar. El oro de los mayas llenó de calor y energía mi cuerpo durante el resto del paseo, y cuando por fin llegué a casa, la Sirenita ya había logrado convencerme. Estaba dispuesta a creer.

2 comentarios:

  1. adorable la Sirenita y adorable este texto!! me encanta vuestra conversación y el guiño de que te pidiera que no incluyeras ninguna receta de pesacado, jajaja!!

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  2. La dulzura de la Sirenita es como un canto a la serenidad y a la esperanza del reencuentro. bellisima relación de amistad y cariño. Cloe nunca debe dejar de saludar a su amiga , de rencontrarse con ella.

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