sábado, 19 de marzo de 2011

El día del duende irlandés

¿Por qué a todo el mundo le caen bien los irlandeses? Es lo que me andaba preguntando al entrar en una taberna irlandesa de mi barrio para celebrar el día nacional del país, el famoso Saint Patrick´s Day. Logré aferrarme a la barra tras unos minutos de lucha libre con el resto de los clientes, que blandían mejillas coloradas, manos pegadas a pintas hasta arriba de cerveza y sombreros altos de Guinness.

“¡Media pinta de tostada!”, conseguí gritar al camarero. “Half pint? Where the hell is your irish spirit?”. El gruñido me sobresaltó desde el flanco izquierdo. Siguiendo el sonido, me topé frente a frente con un hombre mayor de barba blanca con gesto torcido. Llevaba gorro verde, como casi todos los borrachos del pub, a conjunto con un traje esmeralda , y apoyaba sus pies cómodamente en el taburete que le sostenía, como si hubiese estado allí toda la vida. “¿Perdone?”, contesté con toda la educación que pude. El anciano hizo un gesto, y me plantaron delante a los pocos segundos una pinta gigante de cerveza negra. Perfecto. “Now you look trully authentic”, fue toda la respuesta que obtuve del hombre.

 Frank tenía un acento raro, y no terminó de decirme de qué parte de Irlanda era. Invirtió un buen rato, en cambio, en contarme toda la historia de quién fue San Patricio, de cómo expulsó a las serpientes de la isla y de su muerte en circunstancias no aclaradas históricamente. Entre tanto, por cortesía de la casa rularon varias bandejas de gofres belgas con sirope de arce -¿???-, un chico en condiciones cuestionables me regaló su sombrero como signo de amor eterno, y tuve que sacar fotos a medio local. Pero Frank seguía ahí, erre que erre, con la historia del santo y del espíritu irlandés, insistiendo en la necesidad de que fuésemos a teñir el río de verde, como hacen en Nueva York.

Cuando el contenido de mi vaso había quedado reducido a un último sorbo, me encontré un trébol de cuatro hojas pegado en el culo del mismo. “¡Eh, Frank! ¿Cómo has hecho este truco?”. Pero en cuanto me giré en busca de Frank, ya no estaba. En un segundo. Visto y no visto. Sólo atisbé su figura, saliendo por la puerta de la taberna con algo en las manos. Hubiera jurado que era un caldero negro lleno de oro… Di el último mordisco a un recalentado gofre y me bajé con cuidado del taburete para pisar sobre… ¡un arco iris! El pub estaba abarrotado de gente, pero Frank me había dejado un pequeño sendero de luces de colores directo a la salida… Entonces lo entendí todo. “¡Vaya!”, pensé, “nunca antes había compartido barra con un leprechaun”.

2 comentarios:

  1. Como no te diste cuenta Cloe! La noche podría haber sido mucho más interesante! Imagínate tener sexo con un Leprechaun!

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  2. el próximo san patricio lo celebramos juntas!!

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