miércoles, 23 de marzo de 2011

El día del desengaño (homenaje a "Life vest under your seat" de Luis García Montero)

Aún no puedo creerme que pueda ser cierto. Dime que no es verdad, por favor, porque eres el único que puede hacerlo. Aunque sólo sea para darle con la puerta en las narices a los que me aseguran que me engañaste. Porque no me engañaste, ¿verdad? Tenía sólo 18 años y sí, vale, era joven y estúpida, pero… esto no me lo pude inventar, porque lo viví, ¡yo estaba allí… y tú también! ¿O es que el temblor acuático de tus ojos justo antes de coger el taxi hacia el JFK fue un truco? ¿Acaso lo inventé? ¿Lo vi porque era lo que quería ver, igual que buscamos desesperadamente señales que nos confirmen una decisión ya tomada anteriormente por nuestro inconsciente?

Imposible. El peso sobre los pulmones, la respiración alterada, como si faltase el aire, las palabras que se rompen en la base de la garganta… ¿Tampoco eso? ¿Por quién llorabas? ¿No llorabas por mí, por nosotros? Dos cuerpos muertos pero nunca tan vivos frente a tu portal, metidos en la burbuja que nos impedía ser arrastrados por el torrente de ejecutivos y modelos de revista. El diafragma estrangulado, porque nadie quiere decir las últimas palabras. Y siempre llegan. La angustia de pensar la angustia de la última noche. ¿No era verdad?

Me dijiste que nunca resististe las despedidas, la única manera de convencerme de que me quedara allí, en la calle 42, y renunciase a acompañarte al aeropuerto. ¿Era mentira? ¿Realmente no querías verme allí, de pie en la terminal, convertida en lágrima, para no tener problemas de conciencia? ¿Para no recordar que había otra persona que ya cumplía con esa función? No, esto no es posible… porque me hubiera dado cuenta, ¿verdad? Una llamada de teléfono, una fotografía, un error de tu lengua… algo. No pude ser tan ingenua… ¿o sí?

No puedo imaginarme a otra persona de pie, en la terminal, esperando tu regreso. Dime que no es verdad, por favor. Te agobiaba el aeropuerto porque no soportabas despedirte de mí, ¿verdad? Al aeropuerto, no, decías. El momento en que tus dedos saltaban de mi piel al aire para alejarse durante días… ¿No era eso lo que te tensaba el estómago? ¿No sería culpa, no? Porque mi sangre se congelaba y mi cuerpo entraba en hibernación durante tu ausencia, subsistiendo sólo con lo necesario, dormido y paralizado, acumulando energía para tu regreso, siempre en el Bar Andalucía.

Por favor, dime que no me mentiste, porque sólo tenía 18 años y han pasado muchos desde entonces. Dime que no me mentiste, aunque siga esperando junto al teléfono, frente a las torres de espejos de Manhattan, la llamada prometida que nunca realizaste.

1 comentario:

  1. pero no! eras tú la que le tenías que llamar, tú la que no quisiste ir al aeropuerto, tú la que preferías su recuerdo por tu casa, la imagen de verle apoyado en el piano del bar Andalucía...

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