lunes, 21 de noviembre de 2011

El día del Plan Universal (2ª parte: Fuera del mapa)

Comenzamos el camino a pie, y el hombre aprovechó para echarme una buena bronca sobre la fatalidad de los chantajes a la tercera edad y la mala educación de los jóvenes del siglo XXI. Cuando, al cabo de un rato, se dio cuenta de que yo, en realidad, no era tan maleducada, dejó de resoplar y me dijo que se llamaba Raúl y que era uno de los veteranos del oficio. Subimos por el ascensor de un edificio corriente, de oficinas, y me llevó hasta la azotea. La vista era espectacular, los tejados del centro de la ciudad estaban guarnecidos por el esponjoso sol de noviembre. Raúl me hizo un gesto para que me acercase hasta el balcón.


-¿Qué ves?

-Nada. Los tejados.

Me tendió unas gafas que se sacó del bolsillo de la gabardina. Esperó a que me las pusiera y mirase de nuevo al horizonte.

-¿Y ahora?

De pronto, los tejados desaparecieron ante mí. O no, pero podía ver a través de ellos. ¡Podía ver a través de todo, de los muros, de los árboles, de las planchas metálicas! Y además, regulaba yo misma la distancia con tan sólo enfocar un punto, como si mis ojos fueran un zoom fantástico que me acercaba y me alejaba de cada objeto en cuestión de segundos. Y lo mejor de todo es que podía vislumbrar a personas, a toda la gente que yo conocía, encendidos con un halo de luz coral. Les podía ver caminando, sentados en sus casas, trabajando… Moviéndose con líneas del mismo color bajo sus pies, que marcaban su itinerario… ¡Como un mapa de vida!

-Esto es… Es… ¡Asombroso!

Así, desde un plano superior del mundo, desde fuera del mapa, pude ver a mi amiga Coco pintando su apartamento, y echando un vistazo nervioso al teléfono de forma casi compulsiva. Entendí que no debió de haber pasado la noche con Jaime, un chico al que había conocido hacía poco y que le estaba dando algunos dolores de cabeza. Sus líneas rojas marcaban luego su camino a la calle, donde, precisamente, estaba previsto que se encontrase con Mikel. Mikel tendría que llegar desde su casa, según este extravagante mapa, y tras cruzarse con Coco su nombre estaba recuadrado sobre una mesa de su café favorito.

En la parte oeste de la ciudad reparé en Simon, mi jefe americano en la hamburguesería, que estaba en el Museo de Ciencias Naturales con sus hijos, los gemelos Sean y Will. En la sala contigua, me sorprendió ver a Jaime acompañado de una chica que yo no conocía, y que estaba recuadrada con el nombre de Bea.

Las horas siguen su curso, y todos los títeres de esta ciudad cumplen su itinerario como relojes.

Mikel se sentó a tomar un café con un chico recuadrado como Pablo, y justo detrás de él, en la mesa contigua pero dándole la espalda estaba... ¿Será posible? Era Viola, una chica italiana que fue el amor platónico de Mikel durante años y que volvió a Siena para estudiar en la universidad de allí… ¡No sabíamos que había vuelto! Madre mía, se estaban dando la espalda y no podían verse, pero ahí estaban, a pocos centímetros, casi podrían rozarse con los jerseys… Miré las líneas rojas bajo sus pies y no, no habría cruce posible, Mikel se levantará y se irá por la puerta sin darse la vuelta, lo que significaba que ella no le habría visto y no podría llamarle para detenerle… ¡Mierda! Me quité las gafas y miré a Raúl, histérica.

-¿No podemos hacer nada? ¡Están a pocos centímetros y no se van a ver!

-No es relevante –me contesta Raúl, tan ancho.

-¿Cómo que no es relevante? ¡Él perdió el contacto con ella, pero la quería muchísimo y probablemente ella también a él, pero sus padres la obligaron a hacer la universidad en Italia y ….!

Raúl me miraba con una media sonrisa, como se mira a una niña que lanza su batido con rabia contra la sede del Fondo Monetario Internacional, como si con ese gesto pudiera solucionarlo todo.

-Así es como tiene que pasar.

-¡No!

-Sí, chiquilla, y ahora recuerda que teníamos un trato. Calladita, ¿te acuerdas?

Me tragué toda mi estupefacción como pude, volví a ponerme las gafas, y seguí mirando.

Coco estaba en la calle, y como se había cruzado con Mikel, la charla con él la había demorado varios minutos. Llegó tarde a sus clases de claqué en una escuela que está detrás del Museo de Ciencias Naturales. Pasó por delante del vetusto edificio barroco algo después de que Jaime y la chica a la que ahora cogía de la mano, Bea, hubieran abandonado la exposición. Bajaron a la boca de metro que nace en la misma calle del museo, y Jaime y Bea se despidieron con un beso que despejaba toda duda. Volví a arder de furia. A sólo tres metros en la vertical de ese beso subterráneo, Coco se tropezó con los gemelos, y Simon, con gran amabilidad, le pidió disculpas y agarró a sus fieras desbocadas.

Empecé a tener ganas de salir de aquel teatro de locos; al final este trabajo no resultaba tan divertido como imaginé. Eché un último vistazo a mi barrio, buscando mi edificio. De pronto, me llamó la atención un recuadro encendido justo en el portal. Su nombre estaba escrito en mayúsculas y el estómago me dio un vuelco. ASIER. Estaba frente al portal, y tocó el timbre del telefonillo. Estaba llamando a mi piso. Me giré de nuevo a Raúl y le lancé las gafas.

-¡Tengo que irme!

-Da igual, no vas a llegar. No hay mucho más que hacer.

-¡Pero…! –miré las líneas de nuevo, para descubrir que estaba en lo cierto.

-Tenías que haber estado en casa a esta hora, y entonces os hubierais encontrado, pero te encabezonaste en venir conmigo… Tampoco es relevante, no supone un gran cambio en el Itinerario General…

Me quedé con la boca abierta, no se me ocurría qué más decir…

-Y ahora, ¿me devuelves mi libreta?

Tendí el bloc al bueno de Raúl y empecé a aceptar mi derrota. Él también me había tendido una pequeña trampa.

-¿Te has divertido? –me preguntó, irónico.

-No, no tanto como creí.

Me di la vuelta para dirigirme hacia la puerta que da al ascensor. Oí a Raúl llamándome.

-¡No olvides que esto es tan cierto como tú quieras creer! En realidad, nada ha cambiado, ¿a que no?

Negué despacio con la cabeza, intentando comprender el sentido de aquello. Entonces caí en que sólo trataba de confortarme. Le sonreí.

-Me ha gustado conocerte, Raúl. Saber que sois de verdad. –el hombre asintió, complacido-. Sólo que deberías retirarte, ¿no crees? ¡No puedes ir perdiendo tus notas por ahí!


No hay comentarios:

Publicar un comentario