domingo, 13 de noviembre de 2011

El día del Plan Universal (1ª parte: Dentro del mapa)

Se supone que están ahí, entre nosotros. Son hombres y mujeres de gabardina gris que saben lo que va a pasar, que tienen la información suficiente para ir pronosticando cada uno de los acontecimientos, grandes o pequeños; como vigilantes que confirman que cada movimiento sucede en el sitio y a la hora esperada. Y si no es así, simplemente reajustan algún detalle para que todo vuelva al itinerario establecido. Esto no lo digo yo, claro, sino el escritor de ficción Philip K. Dick allá por los años 50. ¿Y quién soy yo para contradecir tan fecunda imaginación e inteligencia? Pues nadie, claro.


No me gusta la idea de tener un plan, de que todos lo tengamos. No me refiero a un plan cualquiera, como ir al cine, sino a EL PLAN UNIVERSAL (¡ay, madre, en qué jardín me estoy metiendo!). Resulta un incordio pensar que, hagas lo que hagas, el producto será el mismo. De hecho, nadie debe de creérselo porque, de ser así, si realmente nos tragáramos el cuento de EL PLAN, estaríamos todos tan tranquilos en casa esperando que pasaran las cosas, ¿no? Y no nos preocuparíamos ni lo más mínimo por nada porque todos los sentimientos serían superfluos. Vale, sí, hasta aquí creo que hay coherencia.  

El caso es que, pese a todo, a mí siempre me ha hecho gracia la idea de Philip K. Dick de infiltrar por las calles a personas con conocimientos por encima de lo humano, que nos contemplaran con distancia, como si fuésemos títeres pegados a un decorado. Y todo porque me daba envidia, en realidad… ¡Lo que ellos podrían saber y lo que se reirían a lo largo del día con nuestro ir y venir caótico, como trompos locos! ¡Ya me gustaría a mí ese trabajo!

Pensaba en todo esto sentada frente a la fuente del parque cercano a mi casa, disfrutando de un día luminoso y templado que se había colado a estas alturas de noviembre, y todo esto empezó porque anoche, en casa de Coco, vimos una película basada en la historia del escritor, que consiguió perturbar un poco mis sueños.

Abrí el periódico que llevaba, y antes de terminar el artículo, un hombre se sentó junto a mí. No pude evitar mirarle por el rabillo del ojo, es una manía que tengo, y tuve que contener la risa al encontrarme con un señor que rozaba los 60, vestido con una gabardina gris y un sombrero de ala en el mismo color. ¡Vaya casualidad! Recordé estos sueños en los que eres medio consciente y vas creando tú misma la historia, haciendo aparecer y desaparecer a la carta a los personajes que pueblan tu imaginación y tus deseos más secretos.

Continué a mi periódico, pero ya sin prestar demasiada atención. La idea de tener sentado a mi lado a uno de estos vigilantes supremos era demasiado tentadora para mi fácilmente excitable imaginación. Así que, en las siguientes miradas furtivas, capté su grueso bigote blanco, sus zapatos negros recién pulidos, la pluma estilográfica azul zafiro que sujetaba en una mano… Y el ligero bloc de notas que sostenía con la otra y apoyaba sobre sus piernas. Agucé la vista un poco más para descifrar los garabatos rojos de la página. Había varias líneas dibujadas a lápiz, y otras tantas en rojo con pequeñas leyendas recuadradas. Parecían líneas de autobuses sólo que no había números dentro de los recuadros, sino nombres… Probé con el recuadro más cercano a mi ángulo de visión, y parecía que podía vislumbrar una C… luego una L… Las sospechas se iban amontonando tirando de los músculos de mi espalda, cuando un tremendo viento huracanado me arrancó de cuajo el periódico y dejó al hombre sin su bloc.

Ambos parecieron cobrar vida por un momento, y los seres de papel emprendieron la carrera en paralelo a la fuente, jugándose la vida a escasos centímetros de la fatal agua, a la vez que yo me incorporaba de un salto, con más reflejos que el hombre, y me ponía a correr hasta darles alcance.

Cuando al fin lo conseguí, no pude disimular mi total desinterés por el periódico recogiendo en un gesto ralentizado el misterioso bloc. Las líneas estaban trazadas sobre un mapa de la ciudad que apenas se distinguía, y los recuadros marcaban la situación de las personas… Efectivamente, mi nombre estaba etiquetado justo encima del banco del parque del que me acababa de levantar. ¡No podía ser posible! Pero sólo podía haber una explicación…

Escuché al hombre jadeando detrás de mí y me giré con un inicio de temblor en las manos.

-¡Ya no estoy para estos trotes! –gimió-. Gracias, guapa, por cogerme la agenda. 

El hombre se acercó hasta mí tendiendo la mano, también temblorosa, hacia las hojas que yo agarraba y continuaba mirando con la boca abierta. Sólo podía haber una explicación…

-Usted… ¿Es uno de ellos, verdad?

-Mmm… ¿Cómo?

-Sí, de esos hombres con gabardina gris que vigilan y saben y reajustan. ¿Entonces es cierto?

-Ejem… Mira, chiquilla, no sé de qué estás hablando… Y ahora, si haces el favor de devolverme…

-¿Qué hace mi nombre marcado aquí? ¿En el mismo banco en el que estábamos sentados? ¡A ver si se cree que soy tonta!

 El hombre abrió la boca para decir algo, pero desistió al cabo de unos cuantos balbuceos. Resopló con fuerza.

 -¡Bah, qué le vamos a hacer! Me fallan los reflejos, esto nunca me hubiera pasado hace diez años. Sabía que la ráfaga llegaría por el este, pero me pilló desprevenido… Igual que tú, que parece mentira con la edad que tienes que sigas creyendo en cuentos… ¡Ya nadie cree!

-No es su día de suerte, me temo –le dije sonriendo-. Entonces, es todo verdad. Ustedes existen y hay un plan.

-Bueno, a grandes rasgos… ¡En fin, pero no vale la pena! Mira, tengo prisa, no puedo permitirme estar aquí explicándote nada, tengo que irme ya hacia… ejem… Así que necesito que me lo devuelvas.

Miré el pequeño bloc, y luego al hombre. Me di cuenta de que era mi oportunidad.

-Quiero ir con usted.

-Ni hablar, chiquilla.

-Pues entonces se queda sin sus notas.

Al hombre le cambió el color de cara al amarillo matarratas. Yo luchaba por reprimir mi satisfacción. Le tenía atrapado.

-Venga, chiquilla, ¿no te das cuenta de que es algo importante? No juegues con esto o te quemarás…

-Sólo le pido un día. Quiero ir con usted y ver lo que hacen durante este día. No es gran cosa, a mí luego nadie me creerá aunque lo cuente, ¿no? Le aseguro que no le molestaré más. Pero si no me concede este pequeño capricho, también le aseguro, y no se crea que me estoy tirando el farol, que desapareceré de aquí corriendo con sus notas inmediatamente. Usted decide.

El hombre siguió titubeando; visiblemente estaba pasando un rato de perros.

-No creo que a sus superiores les haga mucha gracia saber…

-¡¡¡¡Basta ya!!! ¡Está bien, niñata del demonio! Vienes conmigo, te quedas calladita, haces lo que yo te diga, me devuelves el bloc, y cuando yo lo diga, te evaporas y olvidas todo esto. ¡Esas son mis condiciones!

-¡Me alegra que haya entrado en razón! Yo le sigo.


(Continuará)

No hay comentarios:

Publicar un comentario