lunes, 5 de septiembre de 2011

El día de la vuelta de otros

Las vueltas siempre son como un espejo de dos caras. Tras un tiempo de ruptura, descanso y nuevas emociones, el cuerpo está cargado de optimismo para emprender tiempos nuevos y mejores. Por otra parte, el escenario de la vuelta suele estar viciado por horribles monstruos y peores hechicerías que intentan hacer lo imposible por que nos olvidemos de los buenos deseos por acometer en la etapa venidera.

Me permití el lujo de tomarme unas pequeñas vacaciones de mi precaria situación al final del verano, y fui a visitar a Coco al apartamento que tiene su familia a pie de playa. Desde la piscina se puede ver el mar, y sólo tienes que andar diez pasos para sentir las cosquillas de la arena entre los pies. Diez. Ni uno más.

La última noche, a diferencia de la primera, me resulta siempre la peor. Cuesta volver a guardar en la maleta la ropa que ya no notas húmeda, recoger los libros y recortes de prensa que has diseminado por las habitaciones, dejar los restos de las cremas solares con su encantador aroma a coco… Buf, qué pereza. Y siempre me lo dejo para el final, para el  ultimísimo minuto, como si eso me fuese a librar de tener que hacerlo… Ja.

Coco no tenía necesidad de aguantar hasta ese último minuto, así que se fue a dormir y me dejó sola ante el peligro. Eran las 5 de la mañana cuando terminé con la maleta, después de mucho remoloneo. Me puse a rebuscar por la mesa de la terraza unos recortes que tomé de varias revistas, y no sé por qué, algo me  hizo parar y me apoyé en el balcón para respirar una vez más la densidad de ese aire deliciosamente salado. Entonces los vi.

En el jardín de la casa de al lado, sentados en la piscina, un chico y una chica adolescentes. No llegarían a los 16. La luz de la piscina se reflejaba en la piel de los dos, muy bronceada, y les formaba vetas onduladas sobre sus rostros. Ella tenía un pelo precioso, el típico liso desordenado causado por la humedad, y muy largo. Se lo apartaba de la cara una diadema. Sus pies estaban sumergidos en el agua, y parecían cubiertos por turquesas cristalinas. Él permanecía a su lado, en una postura muy juvenil, con los pies sobre el bordillo de la piscina y mirándola de reojo. Varias pulseras de cuerda adornaban una de sus muñecas. Me permití imaginar que sus ojos serían de color nuez.

Empecé a adivinar lo que estaba pasando y durante un segundo, sentí cargo de conciencia por estar ahí, observándolos en un momento tan íntimo sin su conocimiento. Pero me pudo la certeza de ser testigo inesperado de unos minutos en los que parecía que se estaban jugando mucho. Digo mucho, si tenemos en cuenta que eran dos quinceañeros despidiéndose tras haber pasado el verano de su vida.

Así que me hice un ovillo en una silla junto al balcón de la terraza, y me cercioré de que no podría ser descubierta. No podía escuchar lo que decían, así que, en fin, después de todo algo de intimidad sí que disfrutaban, ¿no?

Me fijé en su charla animada, que parecía controlar ella, en cómo se frotaba él el brazo izquierdo, probablemente en un gesto de autorrefuerzo, casi como animándose así mismo; reparé en el rápido movimiento del pie de ella, que consiguió salpicarle a él la cara con el agua templada de la piscina, la risa siguiente de él y su respuesta en forma de ola clorosa levantada con los dedos, que dejó chorreando los largos mechones de la chica.

Parecía que se les había acabado la conversación y entonces se quedaron ahí, compartiendo el silencio y jugando a ondular la superficie del agua con las yemas de los dedos. En ese instante, empecé a ponerme nerviosa, porque la historia de ese verano apareció cristalina ante mí. Se habrían conocido algún año atrás, viviendo en apartamentos cercanos. Coincidirían todos los días en la misma zona de la playa, con sus hermanos, los padres y los respectivos amigos de los demás pisos. Ella habría mostrado interés por él, quizá porque le gustase su locura al correr para meterse en el mar; o él se habría interesado por ella en primer lugar, hechizado por su larguísimo pelo que se retorcía por la acción de la sal y la arena día tras día, cada vez más. Pero había sido este verano cuando la curiosidad de ambos se había reunido, y no había hecho más que crecer al calor del justiciero sol costero.

Él viviría en alguna ciudad cercana a la costa, y la ciudad de ella estaría a algunos cientos de kilómetros alejada del mar. No soportaba irse, pero cada año era así, le esperaba el colegio y un nuevo curso con su grupo de amigas. Solo que esta vez era peor, mucho peor. Se había enamorado y no quería irse de allí, separarse del chico de ojos color nuez durante meses, tener que esperar hasta el siguiente verano para verle. ¡Eso sería una eternidad!

Esa era su última noche, pensaría el chico, y la habían pasado juntos enterita. Seguramente habrían comenzado reunidos donde siempre, en el banco frente al quiosco de helados, junto al resto del grupo de amigos de la playa. Se habrían escabullido hasta la orilla, intentando burlar la poderosa luz de la luna llena, para no ser descubiertos. Las historias de miedo habrían dado paso a la pequeña licorera que se sacaría alguien del bolsillo, con la excusa de que su hermano mayor le había conseguido un poco de ponche o vodka de caramelo. De allí a los juegos, a las confesiones de final del verano, a los reveladores cruces de miradas, ya ansiosas porque la noche seguía a paso rápido, sin querer detenerse ni un minuto. Ni siquiera por ellos.

Él la habría acompañado a casa y habría vuelto a la suya para tranquilizar a sus padres con el ruido de la puerta y la luz en su habitación, para volver a escaquearse a los pocos minutos bajando por la ventana de escasa altura, como ya estaba acostumbrado a hacer otras noches. Después de pasar de puntillas a la habitación de sus padres, ella le habría susurrado a su madre al oído que ya había llegado, que se quedaba en la piscina hablando un ratito más con su mejor amiga, para despedirse, y que siguiera durmiendo tranquila. Y se habría vuelto a reunir con él, hasta ahora.

El encantamiento conjunto del agua turquesa se rompió con un gesto de él. Se quitó una de sus pulseras de cuerda, muy despacio, y se la tendió a ella. Le ayudó a ponérsela pillándola en el reloj, para que fuese muy difícil que pudiera perderla. No podía ver su cara, porque el pelo tan largo se le resbaló por las mejillas, pero sonreía, casi alucinada. Entonces se levantó de repente, corrió hacia la casa y salió en segundos, con unos trozos de papel y un boli. Volvió a sentarse en el bordillo de la piscina y escribió algo en uno de los trozos de papel, que le tendió. Le ofreció el boli y él hizo lo mismo. Se acababan de intercambiar las direcciones y los números de teléfono.

Al principio me llamó la atención que no hubieran sacado los móviles, pero enseguida recordé que se trataba de niños de playa, que llevaban dos meses en una burbuja sin necesidad de mucho contacto exterior, sin estar enganchados a los mensajes ni al chat porque pasaban las horas entre la arena y el agua, donde cualquier aparato de alta tecnología, repetían las madres, estaba condenado al destrozo. Se veían todos los días a la misma hora en el mismo trozo de playa, saltaban de un apartamento a otro empleando menos de diez pasos sin importar la hora. Era una vida más salvaje y menos artificial en la que las telecomunicaciones estaban de sobra. Pues claro.

Después de las promesas de mails y mensajes, poco más quedaba por decir. Miré el reloj para comprobar que faltaban pocos minutos para las seis de la mañana. El cielo empezaba a clarear en el momento en que todos los príncipes y princesas suelen tornarse calabazas. Pero no ellos. Aún no.

Debieron darse cuenta de que cambiaba la luz, y probablemente eso fue lo que les dio el impulso. El estómago se me encogió en una maraña cuando él la cogió de la mano y ella pareció sorprenderse, cuando se acercó a ella, casi en una imagen ralentizada, y le dio un tierno beso en los labios. En ese momento, no pude más, no fui capaz de robarles ese instante y me giré. Todo el mundo tiene derecho a verdadera intimidad en su primer beso, ¿o no?

Me fui a mi habitación para ponerme el pijama, y cuando volví a la terraza, la vi a ella junto a la puerta despidiéndole con la mano. Él estaba más allá de la piscina, casi a punto de cruzar el umbral del jardín a la calle. La miró, devolvió el gesto, y empezó a correr hacia su casa.

No tuve más remedio que prepararme una tila para calmar la extraña emoción que me tenía atenazado el estómago. Las hierbas empezaron a hacerme algo de efecto, o puede que fuera la sensación del líquido caliente bajando por mi garganta, no sé… Pensé que no podía plantearme mi vuelta de un modo tan perezoso, sobre todo, porque no tenía derecho alguno. Mi vuelta no era nada comparada con la de esos dos chicos, a los que les tocaría enfrentarse, por primera vez, con la horrible sensación de añoranza. Con el recuerdo de esos días, de ese inolvidable verano, y de ese beso, que quedaban condenados a la interrupción. Al menos, hasta el siguiente año.

Mientras me desmaquillaba frente al espejo, antes de meterme por fin en la cama, me cogió por sorpresa un sentimiento encontrado. Me estaba enfrentando a las dos caras del espejo de mi propia vuelta. Por un lado, el alivio de que el mío era un retorno banal, sencillo, sin nostalgias, sin dolor, sin que a nadie le importara. Por otro, la tristeza de admitir que, definitivamente, mi vuelta iba a producirse así. De un modo banal, sencillo, sin nostalgias, sin dolor, sin que a nadie le importara. Bueno, salvo a Coco, que seguramente agradecería que me llevase mi congénito caos de vuelta conmigo.

Me di cuenta de que este no podía ser el día de mi vuelta, que lo que acababa de presenciar había invertido por completo la situación. Tenía que ser el día de la vuelta de otros, de todos aquellos que iban a volver a casa con el corazón en un puño, de esos dos adolescentes para los que no concreté un nombre. Al menos, es lo mínimo que les debía por haberles usurpado un trozo de su historia.


1 comentario:

  1. me encantan esas historias de amores adolescentes de verano... cuando crees literalmente que te mueres porque al día siguiente no vas a ver al otro!!

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