martes, 7 de junio de 2011

El día del circo fantasma (1ª parte)

Era el típico día que había pasado reclutada en casa horas y horas haciendo esas mil cosas aburridas que hay que hacer de vez en cuando: limpieza a fondo, ordenar las caóticas pilas de libros que se van acumulando con sigilo en las estanterías y, sobre todo, el Cambio de Armario. El Cambio de Armario tiene lugar en todos los armarios femeninos dos veces al año –parece ser que los chicos usan la misma ropa en invierno que en verano-, con la transición de la temporada fría a la estival, y viceversa. El mío no podía esperar más tiempo.

Horas después, cuando por fin los colores vibrantes de ligeras telas colgaban de las perchas perfectamente ordenadas, y los jerséis y chaquetones dormían el sueño de los justos en un gran baúl de madera, yo sólo deseaba una cosa: ¡respirar aire fresco! El sol ya se había puesto, y había quedado un atardecer espectacular, que poco a poco iba abriendo paso a la noche. Cogí el teléfono y empecé a marcar números. Y en cada llamada, mi ilusión por salir de casa se iba colando por el sumidero del lavabo. Mikel se había ido a pasar unos días a casa de sus padres, Coco andaba enferma, Lilo estaba trabajando hasta tarde, Kit se había ido a un festival de teatro de calle… ¡y así sucesivamente! Algunas llamadas ni siquiera tuvieron respuesta, así que no abandoné el último rescoldo de optimismo que me quedaba y decidí ponerme una película mientras esperaba a que el teléfono sonase y el plan perfecto se me presentase a la vuelta de la esquina.

Pues no…

            El teléfono…
                                   No suena…
                                               Y me aburro…
                                                                       Soberanamente…

Media película y un par de bolsas de gusanitos naranjas después, mi gozo estaba definitivamente hundido en un pozo, pero las ganas de traspasar los muros del edificio seguían intactas. Pensé que éste tenía visos inevitables de convertirse en El día del Cambio de Armario, y eso traicionaría mi propósito de convertir cada uno de mis días en especial, dentro de las posibilidades. ¡Y eso no podía ser! De modo que cogí el bolso y la chaqueta y decidí salir a la calle, al menos tendría alguna posibilidad de que sucediera algo interesante… Y en el caso contrario, ¡el paseo siempre podría inspirarme para inventarme algo interesante que salvase el día!

Comencé a andar sin rumbo, y a los pocos metros, abandoné la calle de siempre dando un par de quiebros para evitar seguir mis propias huellas. Tropecé con una calle en la que reinaba la oscuridad más absoluta. Sentí un pequeño escalofrío –¡daba miedo de verdad!- antes de descubrir que todas las farolas de esa zona no funcionaban. Debía de haber una avería en el barrio. Seguí caminando con más cuidado, despacito, dando tiempo a que mis pupilas se dilataran y empezaran a captar imágenes más definidas. Un gato que parecía una sombra cruzó como un rayo delante de mí. Aceleré mis pasos, ya me apetecía salir de esa garganta de ballena.

Por fin, vi la luz de unos semáforos, crucé la calzada y me adentré en un parque que no conocía. Tengo que confesar que después de los quiebros y la falta de luz en la calle me había desorientado un poco.

El parque, al menos, estaba más iluminado. Bordeé el recinto de juegos y me dirigí a una zona de tupida vegetación y altos árboles, desde donde me llegó a los oídos la misteriosa música de un tambor africano. Me recordó a la película Jumanji, y mentalmente me prometí no aceptar unirme a ninguna partida de ningún juego de mesa que incluyese fichas con forma de animales salvajes. El sonido cobraba volumen a mis pasos, cada vez más rápidos, más ansiosos por ver de dónde salía aquello.

Los jardines parecían no tener fin, y justo cuando sentía que los latidos de ese tambor me habían rodeado, empecé a ver las luces. Se trataba de pequeñas bombillas anaranjadas, que se iban descolgando hacia abajo, en diagonal, desde un extremo central. Dejaban ver una cubierta de tela a rayas rojas y blancas. ¡Una carpa de circo! No sabía que en ese parque hubiese espectáculos de circo, la verdad, aunque tampoco sabía qué parque era ése…

La mágica imagen de la carpa iluminada brotando entre los árboles bajo el cielo estrellado me hechizó durante unos minutos. Después de todo, la primera vocación infantil de la que tengo memoria es la de trapecista. Los circos siempre me han maravillado…

Me sacó de mi ensoñación un extraño ruido de ramas. El corazón se me aceleró al volver a escucharlo y grité del susto cuando algo salió dando saltos desde detrás de un árbol. Era de buen tamaño, y tenía pelo, aunque no parecía un perro. Sus movimientos no se asemejaban a los del clásico animal cuadrúpedo, y sus orejas, que asomaban por detrás de los arbustos, eran como de oso. Soltó un gritito que fue contestado rápidamente por un aullido mío. De pronto, asomaron dos manos… como de persona peluda… El calmado movimiento de sus dedos me tranquilizó, y me acerqué unos pasos. Vaya.

Tuve que mirarlo varias veces hasta cerciorarme de que era un pequeño chimpancé que probablemente se habría escapado de la carpa. El mono se sentó alegremente sobre una piedra, y al ver su cara de buena persona, respiré hondo un par de veces y logré devolver mis constantes vitales a sus niveles originales.

Me acerqué en diminutos pasos, dedicando al animal palabras que juzgué suficientemente cariñosas para tratarse de un simio. Tropecé con una raíz, que casi me hace terminar en el suelo, y el chimpancé rompió instantáneamente en aplausos y chillidos. Vaya bicho. Cuando estaba a un metro de él, le tendí la mano, y él me la cogió y se apoyó para saltar de la piedra al suelo. Lo cierto es que era simpático el mono… Ahora sólo me quedaba convencerle de que volviera a la carpa… Enseguida me di cuenta de que mi mano no le interesaba por simpatía, sino por el brillo azulado del colgante de una pulsera. El mono lo miraba como hechizado, y lo zarandeaba con sus delgados y oscuros dedos.

-¡Zampo! ¿Qué estás haciendo?

Sobresaltada, me di la vuelta, y me encontré a una mujer rechoncha y de pelo largo y negro, con tez aceitunada, que nos miraba alternativamente al mono y a mí. Vestía una falda larga, como de zíngara,  y dos enormes aros le colgaban de las orejas.

-Yo sólo pasaba por aquí y… -el mono me cortó con un fuerte tirón de muñeca, y aprovechó para recolocarse detrás de mí y usarme de escudo humano.
-¡Zampo! ¡Ya está bien! ¡A casa ahora mismo! –bramó la mujer.

El tal Zampo no se movió ni un milímetro, enganchado como estaba a mi pulsera, y yo miraba a la mujer sin saber qué decir ni dónde meterme…

-Creo que le ha gustado mi pulsera…
-Seguro, al señorito se le conquista antes con joyas que con plátanos.

En ese momento recordé que mi gel de ducha es precisamente de plátano. ¡Normal que Zampo estuviese bebiendo los vientos por mí!

-Si quieres te ayudo a llevarlo hasta dentro… -le propuse a la mujer.

La zíngara me miró unos segundos, con mala cara, y tras considerar sus escasas opciones, accedió con un gesto de cabeza hacia la dirección de la carpa.

Avancé unos pasos, tirando de Zampo, y él, muy diligente y mejor amarrado a mi pulsera, me siguió hasta que nos pusimos a la altura de la zíngara.

-Me llamo Cloe. –le dije.
-Zoraida.

Desde tan poca distancia, reparé en que tenía un ojo de cristal, con una pupila azul casi transparente. No desistí en darle conversación.

-Me encantan los circos.
-Y a mí los sofás que tiene la gente normal en sus casas. –me miró un instante antes de continuar- Pero la verdad es que no cambiaría esto por nada, no sabría vivir de otro modo.

Alentada por ese suspiro de sinceridad, sonreí a Zoraida. No me costaba entenderla. Y al segundo siguiente, la mujer levantaba la tela de uno de los accesos de la carpa y me invitaba a entrar. Una luz cálida y resplandeciente me envolvió, seguida de una extraña mezcla de sonidos y olores. El tiempo pareció congelarse y se me vino a la cabeza la imagen de Ewan McGregor apartando palomitas flotantes para acercarse a su amada en Big Fish. Definitivamente, este no pasaría a la historia como el día del Cambio de Armario.

(Continuará)

1 comentario:

  1. Cloe! voy a tener que dejar de leer tus textos en la ofi porque acabo haciéndolo a trozos para que no me pillen! pero son tan fascinantes!! un circo fantasma, qué maravilla! deseando leer la continuación ya!

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